En 2º de bachillerato están haciendo reflexiones sobre la guerra civil que tanto daño hizo a España, basadas en el prólogo de Chaves Nogales. Esta es la primera de 3, esperamos que os guste.
Me
atrevo a escribir sin ninguna atadura, libre de todo prejuicio e
ideología.
Escribo
por todos aquellos mudos sin querer serlo, por todo aquellos reprimidos,
silenciados; por todos aquellos que se les obligó a vivir una guerra que no
quisieron, por todos aquellos que lucharon en una batalla sin bando al que
pertenecer, por todos aquellos que vivieron el horror y el miedo en primera
persona, por aquellos valientes que se atrevieron a vivir. Escribo por los
caídos y no caídos en la Guerra Civil.
Analizando
la historia de España, cabe preguntarse constantemente “¿por qué?”.
Por
qué se llegó a lo que se llegó, por qué la violencia era siempre y ha sido
siempre el camino y solución a todo, por qué nunca se ha vivido una época de
tranquilidad, por qué todos luchaban contra todos, por qué nunca se ha llegado
a un acuerdo verdadero entre ideologías. La disconformidad estaba al servicio
del día, la conspiración, la traición. ¿Por qué?
No
pretendo encontrar culpables pues en realidad no los hay. Efecto dominó y
círculo vicioso sí quizás. Sociedad, política y mundo militar han sido
culpables. Todos fuimos culpables, y quizás por lo que estoy expresando aquí y
ahora cree controversia. Pero la verdad que no sería algo extraño en una
sociedad que por curiosa razón, hemos sido siempre escépticos y dados a
criticar todo. Incluso un tema tan delicado como lo fue y es la Guerra
Civil.
Sí,
el 17 de Julio de 1936 voló por los aires la tensión que se venía fraguando en
todos los ámbitos desde ese maravilloso Desastre del 98. Ese hecho histórico
que se quedó grabado a fuego en la piel de la oligarquía y la sociedad
española, y que fue motivo de rencor eterno entre políticos y militares. Sí,
estalló un golpe de estado. Y sí, eso ya fue un pequeño aviso de lo que estaría
por venir los próximos sangrientos tres años. España quedó radicalmente
dividida en dos. Pero así como el país, también las personas: divididas entre
la pusilanimidad y la valentía. Cada cual eligió seguir un camino a su manera,
muchos lucharon desde el silencio, otros desde el campo de batalla, otros desde
el exilio y otros, simplemente levantándose cada día y percatándose de que
estaban vivos, luchaban. Y luchaban contra ellos mismos.
Hubo
sangre, mucha sangre que corría desmesurada por las calles de las ciudades y
del campo. Hubo inocentes y otros no tanto, pero no por ello merecían morir.
¿Quién merecía morir? ¿El republicano, el sublevado? ¿Y quién merecía vivir? Se
hablaba del asesinato y de la aniquilación de vidas humanas como si de hormigas
se tratasen. Sin ningún miramiento, sin escrúpulos. Se producían
aniquilaciones, asesinatos en masa. Con armas y sin armas. Las palabras por
aquel entonces también mataban, estaban a la altura de cualquier fusil o
metralleta. Bastaba señalar para matar.
Se
produjo una lucha entre familias, hermanos, amigos. Animales contra animales,
hombres contra hombres. No, realmente, ¿cómo pudimos llegar hasta esa altura,
hasta ese nivel tan supremo de deshumanización? ¿Cómo pudimos dejar que algo
así ocurriera? ¿Cómo es que de ser simplemente humanos, nos creímos ser dioses,
con ese derecho a quitar vidas? .
Pero
a pesar de que una guerra saque el lado más tenebroso y virulento del ser
humano que ni nosotros mismos somos conocedores de ello, entre la violencia, la
sangre, los bombardeos, los asesinatos, la traición, la acusación, la falsedad,
la sumisión, el miedo, el terror, la impresión, el horror, la pérdida, la
nostalgia, la tristeza, la deriva, la orfandad; siempre hay un héroe que se
alza sin miedo contra nada ni nadie. Siempre hay alguien, que sin temor, se
atreve a resurgir de las cenizas, se atreve a luchar. Esos héroes, esas
personas, son las que nadie recuerda una vez finaliza una guerra.
Sofía Torroba