
Aunque obedientemente esperó, continuó orando y sirviendo a los pobres hasta que a los 18 años ingresó en el noviciado y cumplió su sueño. Pasó por años muy difíciles con la Revolución Francesa e incluso tuvo que abandonar el monasterio pero perseveró en su profunda oración. Lo tenía muy claro y eso fue lo que la animó a continuar pese a los obstáculos.
Tuvo que esperar otros doce años para poder cruzar el océano a evangelizar a los pueblos indígenas de las Américas pero por fin llegó el momento de disfrutar de su deseo y determinación y, aunque pasó por grandes dificultades en tierras lejanas fue muy feliz de poder difundir la palabra de Dios.
Su valor ante las dificultades, su decisión y su pasión por abrir su corazón a los más necesitados es un gran ejemplo para todos los alumnos del Sagrado Corazón Chamartín y miembros de esta comunidad de colegios extendida por todo el mundo gracias a la semilla que hace 200 años Rosa Filipina esparció con amor. Hoy, nosotros, miramos más allá de nuestra zona de confort hacia los que nos necesitan siguiendo sus enseñanzas.
Marta Bravo, 4º ESO
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