miércoles, 8 de mayo de 2019

SEGUNDO PREMIO RELATOS BACHILLERATO


En un lugar de América de cuyo nombre no quiero acordarme reapareció el caballero andante más popular de todos los tiempos, Don Quijote de la Mancha.
-¿Qué?, ¿Dónde estoy?... – se preguntó Don Quijote.
-Señor, tiene que bajarse del avión, ya hemos llegado al destino- le dijo amablemente una azafata, sorprendida por la peculiar imagen de nuestro protagonista.
-¿Qué destino?-replicó Don Quijote.
-Nueva York- le respondió la azafata.
-¿Cómo puede ser? Hace un segundo estaba recostado en mi lecho de muerte. ¡Oh Dios mío!  Maldigo mi suerte, he sido víctima del encantamiento de un mago que me ha traído a esta tierra desconocida.
 Don Quijote siguió a la azafata, hasta el control de seguridad.
-Por favor, señor, identifíquese.- le pidió un guardia, agarrándole de un brazo. -Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y de la hipocresía, y busco parra mi propia gloria la senda más angosta y difícil- respondió arrogante.
Tras esta respuesta los guardias, tomando a Don Quijote por un loco lo echaron “por la puerta de atrás”. Allí entre suciedad y desperdicios advirtió la presencia de un joven que le miraba atónito. Reinaldo era un joven latino que sobrevivía en las calles de la gran ciudad. Tras un rato de charla con Don Quijote se apiadó de él y decidió convertirse en su fiel escudero.
Las aventuras de nuestros protagonistas empezaron en lo que Don Quijote identificó como una posada. En realidad, era un comedor social al que Reinaldo le llevó a en busca de comida y en la que el Hidalgo se enamoró locamente de una de las mujeres que allí trabajaban. Tras verla reconoció en ella a su antigua amada Dulcinea y salió a la calle en busca de victorias que poder ofrecerle.
Tras una larga caminata, Don Quijote halló lo que buscaba. En uno de los extremos de la famosa Times Square se encontraba un puesto de perritos calientes, el vendedor voceaba en busca de clientela. Don Quijote creyó que aquel “caballero” montado en su extraño “corcel” pretendía retarle. Reinaldo intento disuadirle, aclarándole que esa situación no era lo que él pensaba.
Don Quijote exigió al vendedor llevar a cabo el duelo en el centro de la plaza a la vista de todo el mundo y éste creyendo que era una broma no le hizo ni caso. Don Quijote indignado propinó una patada al puesto que rodó calle abajo llevando consigo a su dueño.
-¡No huyas, cobarde!- exclamó indignado Don Quijote liándose a mamporros con su adversario. De esta pelea Don Quijote no salió bien parado, maltrecho y sofocado, fue recogido del suelo por Reinaldo que le preguntó porque se empeñaba en tan inútiles lides, que nada bueno le procuraban.
-Todo caballero está obligado a luchar contra cuerdos y locos en defensa de la honra de su amada y de la suya propia, por lo que ha de llevar a cabo hazañas con las que ganar perpetuo nombre y fama en toda tierra, incluso en esta que me resulta tan desconocida- contestó el Hidalgo.
-Está bien- suspiró resignado el fiel escudero, mientras ayudaba a levantarse a su señor, -pero ahora necesita descansar.- dijo – Por hoy ya hemos tenido suficiente.
Juntos caminaron hacia el norte de la ciudad y se adentraron en Central Park. Se acomodaron para pasar la noche debajo de uno de los puentes del parque. A la mañana siguiente, Don Quijote divisando a lo lejos lo que parecía un inmenso castillo con grandes columnas se encaminó raudo a combatir nuevas afrentas.
-Pero, Señor,- le grito Reinaldo, -eso es el Museo de Historia Natural…allí solo hay animales disecados.
Desoyendo sus advertencias Don Quijote entró en el vestíbulo y salió corriendo hacia el interior del museo seguido por su fiel Reinaldo el cual le imploraba que se detuviese “de esta acabamos en la cárcel o peor” pensó. De repente Don Quijote se frenó en seco ante un enorme dinosaurio que parecía estar en los huesos. “Esta es mi gran prueba, mataré al dragón que retiene a mi amada, ¡Dulcinea querida, allá voy! Arremetió contra él y tras un gran estruendo desapareció sepultado bajo un montón de escombros.
-¿Dónde estoy? - suspiró Don Quijote. Abrió los ojos y vio a su lado el rostro de su fiel Sancho. -Estoy muy cansado, no creo que tenga fuerzas para batallar más-dijo Don Quijote, a lo que Sancho respondió “No se preocupe señor, estoy seguro de que sus hazañas serán recordadas durante siglos”
Ignacio Barrasa. 1ºBach A
2º Premio Categoría E Bachillerato
X Concurso Literario Sagrado Corazón Chamartín

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