miércoles, 15 de mayo de 2019

"MEMORIAS DE RICHARD FRANCIS BURTON". SEGUNDO PREMIO RELATOS 3º Y 4º ESO


Richard todavía recordaba cuando su padre, el coronel Joseph Netterville Burton, volvía a casa en épocas de verano, y se pasaba días y días hablando sobre sus trabajos, sus medallas, y sus reconocidos trofeos e insignias. También recordaba la tristeza que sentía cuando el invierno se acercaba, y el verano se alejaba como un velero en la mar, ya que suponía tener que despedirse de su padre, y comenzar de nuevo las clases que le impartían varios tutores contratados por su madre, heredera de una familia acomodada de Hertfordshire.

Sus anteriores tutores, tanto de música como de pintura, habían resultado no ser del agrado del pequeño, ya que este terminó por romper un violín en la cabeza de uno, y escapar de las clases del otro. Sin embargo, el nuevo tutor de Richard era un profesor magnífico, que le enseñaba el arte de la cultura, materia que le fascinaba. Mostró desde muy pequeño una gran habilidad con las lenguas, aprendiendo rápidamente francés, italiano, latín, hindi  y otras lenguas  indostánicas.
Pero a medida que iba creciendo, Richard  descubrió que existían infinidad de lugares con distintas lenguas, religiones, comidas y toda clase de detalles culturales, ya sean ropa o incluso apellidos de familias importantes; y comenzó en su interior el deseo de viajar a nuevos lugares en busca de aventuras y aprendizaje, y consiguió fama por su espíritu aventurero y sus posibilidades en otros lugares.
Con 30 años, cuando paseaba por la calle, miraba las casas y pensaba en la sociedad en la que vivía: los artistas eran mayoritariamente extranjeros; el idioma provenía de lenguas germánicas occidentales; sus principales documentos constitucionales eran la Carta Magna y la Declaración de Derechos de 1689; durante muchos años, la literatura había sido escrita principalmente en francés y latín; el cine y la música tenían una larga y rica historia; y la gastronomía se basaba en la carne, los pasteles, los pescados y los caldos. Todas estas (y muchas otras) características determinadas formaban su sociedad, y otras sociedades y civilizaciones de otros lugares y épocas, tenían sus propias formas de cultura, de arte, de música, su propio idioma, su cine, sus  teatros, su  gastronomía y miles de cosas más. La cantidad de variaciones en estos datos eran infinitas, y solo de pensar las nuevas culturas que aún quedaban por conocer, con todas sus variantes posibles, hacían que su corazón se llenase de emoción y ganas de descubrir mundo.
Mientras seguía con sus ensoñaciones, se le acercó un hombre barbudo, que a juzgar por sus ropas e insignias, parecía un oficial del ejército británico, probablemente de algún lugar de las indias.
-       Buenas tardes. - le saludó, tendiéndole la mano- Soy el teniente  John Hanning Speke, es un placer conocerle al fin en persona.
Estrecharon sus manos.
-       Encantado. – respondió él.
-       He escuchado que se ha dispuesto usted a viajar como lingüista a cualquier lugar del mundo.
-       Así es.
-       Bien. Pues venía a ofrecerle un puesto en la compañía que viajará el próximo mes a Centroáfrica, explorando los lagos de la zona, en busca de nuevas civilizaciones.
La oferta fue recibida con gran entusiasmo y Richard aceptó gratamente, tras haber concretado los detalles del viaje.
La cultura de los hombres y mujeres de las tribus somalíes que visitó era fascinante para él: era un conjunto de tradiciones de origen autóctono desarrolladas y acumuladas durante milenios. Su idioma era miembro de las lenguas cusitas; la religión que predominaba en esos momentos era el islam; la sociedad se dividía en clanes, formados por varias familias; las mujeres llevaban la cara tapada; y su gastronomía estaba basada en el arroz y la pasta.

Las imágenes que se repetían en su cabeza eran confusas y giraban a su alrededor mientras su vista se nublaba: la carta en la que aceptó la oferta del teniente Speke, las caras de los somalíes de Harar, la ciudad de Emir, el anuncio de su viaje de vuelta…
Y allí estaba, caminando por el desierto junto a Speke. Le miró, y descubrió que su aspecto había cambiado considerablemente: había adelgazado mucho más de lo conveniente, y en su cara se marcaban los huesos de sus pómulos y mandíbula. Además su barba había crecido más de lo que se podría considerar cómodo, y sus ropas aparecían gastadas y rotas, hechas girones. Andaba descalzo, como él, ya que las sandalias que antes adornaban sus pies habían quedado inservibles durante su travesía por ese interminable desierto que ahora trataban de atravesar.
Él tendría más o menos el mismo aspecto, por lo que prefirió no fijarse en su ropas ni en su rostro y concentrarse en poner un pie delante del otro, agradeciendo no tener un espejo frente al que lamentarse. Lo cierto es que hacía mucho que no se veía en un espejo, y lo echaba de menos. Echaba de menos todo de su vida n Inglaterra, cuando aún era un niño y no tenía que preocuparse por la falta de recursos.
Pensando en esto abrió su bolsa y descubrió que no les quedaba agua. Tal vez aguantarían un par de días comiendo, pero el camino que faltaba era extenso, y sin agua no llegarían muy lejos.
Sintió que se desplomaba y que se llenaba la boca de arena. Notó que Speke se acercaba e intentaba levantarlo, casi sin fuerzas para sostenerse en pie.
Entre la cegadora luz de los rayos del sol, entrevió una figura voladora que se movía con gran facilidad. Trató de incorporarse y se fijó mejor, enfocando la vista hacia aquella figura. Era un ave. Un pájaro posiblemente marítimo que anunciaba a los exploradores la cercanía del mar.
Henchido de una nueva esperanza logró ponerse en pie y, mirando a lo lejos descubrió la sombra de una ciudad costera, y los reflejos de la luz sobre el mar.
Cargando con Speke, cruzó el desierto y alcanzó su objetivo.

Tras este viaje Richard siguió viajando junto al oficial Speke en muchas otras aventuras por África central, descubriendo lagos como el Tanganica o el Victoria, con algunas rivalidades profesionales, pero siempre conscientes del apoyo del uno sobre el otro.

Carmen Torres Rodríguez
Segundo Premio Categoría D 3º y 4º ESO
X Concurso Literario Sagrado Corazón Chamartín

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