viernes, 10 de mayo de 2019

"CUARTA SALIDA" (PRIMER PREMIO RELATOS BACHILLERATO)


Don Quijote: “¡No doy crédito a este asunto! Después de todo lo que he hecho para combatir las injusticias, por intentar tener una existencia más noble; después de cumplir mi palabra tras ser derrotado por el caballero de la Blanca Luna y regresar a casa, de darlo todo por la mujer a la que quiero, ¿es así como acaban mi historia?¿Muerto de tristeza en mi casa por tener que estar aquí un año?¿No he demostrado mil veces que soy un caballero, Sancho?¿Acaso se piensan que la historia acaba así?”

Sancho: “Lo sé mi señor, es natural que esté enfadado. Creo que esta salida es una gran idea, en cuanto antes hable con él y aclare este asunto mejor.”

Don Quijote: “Quién iba a decir que después de cinco meses en casa planeando mi boda con mi futura esposa tan felizmente y dedicándome enteramente a ella antes de que se cumpliera el año para volver a salir en busca de justicia iba a decidir mi autor que moriría así sin más. ¿Acaso no puedo escribir yo mi propia historia? Aparecen todos los puntos de vista menos el mío, Sancho. A nadie le importa lo que piense Cide Hamete Benengeli o el vizcaíno o un simple morisco aljamiado. ¿Por qué tienen que meterse en mi vida? De eso nada, yo elijo mi propio destino y no ninguno de ellos.”

Sancho: “¿Y que dice Aldonza de todo esto señor?”

Don Quijote: “Pues cuando nos enteramos del final de mi libro me puse furioso y, mientras cenábamos, fue a mi querida prometida a la que se le ocurrió la idea de ir a hablar con don Miguel aunque no le ha hecho mucha gracia que en vísperas de la boda me marche de casa. Sin embargo, ahora aquí estamos, como hace unos meses, trotando por los campos de Castilla. Ya echaba de menos a Rocinante.”

Sancho: “Yo creo, don Quijote, que Cervantes será comprensivo con usted después de todo. Príncipe de los ingenios le llaman ahora gracias en mayor parte a vuestra novela.”

Don Quijote: “Te tengo dicho que no me llames más don Quijote, ya que por encima de todo está mi palabra, y al ser ese mi nombre de caballero no lo usaré hasta dentro de los siete meses que me quedan por cumplir. Tan solo voy en condición de Alonso para discutir este tema que me preocupa. Y a partir de este momento narraré yo mi historia.”

Caminamos durante todo el día por el campo en dirección a Lisboa, donde se había enterado mi amigo el barbero que Miguel de Cervantes se había dirigido después de salir de la cárcel de Sevilla dónde había estado por malentendidos de dinero. Me dijeron que había ido a visitar a unos amigos a los que hacía tiempo que no veía desde que estuvo allí antes de ser recaudador de impuestos.

 El sol se estaba poniendo pero hacía tanto calor que me ardía la piel. Como si alguien ahí fuera me hubiese escuchado encontramos un gran árbol con una fuente al lado para poder beber agua. Estábamos demasiado lejos de cualquier posada y parecía que allí sería donde pasaríamos a la noche. Cuando oscureció encendimos un pequeño fuego y me quedé mirándolo como si me estuviera hipnotizando.

-“¿Sabes qué, Sancho?”- le dije a mi amigo. “Lo que más me molesta de todo es que me traten todos como si estuviera loco, como si viviera en otro mundo. Solamente creo que el mundo puede ser mejor de lo que es. La gente se está volviendo pesimista por momentos, cada vez más. Y lo peor es que me lo están contagiando un poco pero no pienso dejar que esto pase. Incluso veo probable que la generación futura esté marcada por el pesimismo existencial y el vitalismo desengañado, con esta actitud se avecina una crisis. Tú antes eras un poco así, ¿sabes Sancho? Pero has cambiado bastante desde que te conocí, te veo mejor. Creo que todos evolucionamos a lo largo de la vida, incluso los personajes de novela como nosotros, ¿no crees?”

Pero cuando miré, mi amigo estaba dormido. Había bebido demasiado vino del que nos dieron mi ama y mi sobrina antes de irnos y se notaba que estaba en un profundo sueño, espero que fuera de aventuras. Me quedé dormido pensando en mi Dulcinea mientras miraba las estrellas, aunque ella prefiere que le llame Aldonza.

Rocinante me despertó a la mañana siguiente. Tenía mucha energía y galopó durante horas y horas hasta que llegamos a Lisboa. Entramos en la posada de un amigo de Sancho e hicimos noche allí.

Luz. Mucha luz. Una suave brisa entraba por la ventana aquella mañana. Presentía que algo iba a pasar ese día. Me vestí rápidamente, no me acostumbraba a verme sin mi armadura. Bajamos a desayunar y sin perder un segundo de nuestro valioso tiempo fuimos preguntando de taberna en taberna, en el mercado de la plaza y por último fuimos al puerto. Había muchos comerciantes que venían de las expediciones. Observaba a la gente. Gente diferente. Diferentes colores. Colores también en las banderas. Banderas de los barcos. Barcos a punto de zarpar. A uno de ellos subió la chica que Sancho no paraba de mirar. No sé que veía en ella, no tenía ni punto de comparación con Dulcinea. De repente, Sancho salió corriendo y subió en el barco de la joven interrumpiendo mis pensamientos y cuando me di cuenta vi que la chica estaba tirada en el suelo y Sancho le asestaba un puñetazo en la cara del tipo que la había tirado. Como un acto reflejo fui detrás de mi amigo, el cual se encontraba ya en un apuro debido al tamaño de su enemigo. Intenté intervenir lo más caballerosamente posible para no incumplir mi promesa pero aquel hombre parecía bastante enloquecido. Me negué a sacar mi espada pero no sabía cómo reaccionar ante su ataque asique sin que nadie se lo esperara, ni siquiera yo, le hice la zancadilla y calló por la borda. Pero sin habernos dado cuenta aquel navío ya había zarpado y nos encontrábamos viajando a las Indias. Horas después estábamos mar adentro y yo estaba muy frustrado. El olor a pescado me provocaba nauseas y tenía un nudo en la garganta solo de pensar cuándo y cómo íbamos a regresar. Aunque a Sancho no parecía importarle mucho porque en vez de escucharme llevaba horas hablando con aquella mujer que nos había causado tantos problemas.

Entre el mareo y la angustia no pegué ojo en toda la noche. Eran las seis de la mañana y todavía no había amanecido cuando cundió el pánico en cubierta. Sonidos de cañones y aquel barco que nos atacaba tomado por piratas amedrentaba a los viajeros. Como si el clima acompañara a la batalla para darle más dramatismo se levantaron unas gigantescas olas y horas después nos encontramos capturados por aquellos piratas en un barco español que habían atracado horas antes. En la celda contigua a la nuestra había un hombre ya entrado en edad y me llamó la atención algo que dijo, parecía estar escribiendo y formuló una frase en voz alta: “Más hermoso parece el soldado en la batalla que sano en la huida”. Y lo cierto es que no podía estar más de acuerdo asique me acerqué a las rendijas y le pregunté qué hacía. A él le tenían prisionero en aquel barco desde hacía tres días y por lo visto decía que cuando estaba encarcelado tenía más inspiración para escribir. La obra en la que estaba trabajando ahora iba a titularla Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Lo cierto es que nos entendíamos bastante bien, era un hombre de mundo, como yo. Nos contamos muchas aventuras, él al igual que yo había estado en batallas, es por ello que no tenía movilidad en la mano izquierda. Pero según él la batalla de Lepanto fue «la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros» cito textualmente. No quería darle detalles de mi vida a un desconocido pero le conté que no podía combatir en un año entero y que prefería perder la vida antes que la honra. Me dijo que le recordaba mucho a alguien del que escribió una vez pero que no solo se trataba de mí sino de todas las personas que iban en aquel barco y que teníamos que buscar una solución. Así pues, aquella noche la amiga de Sancho engañó al guardia que tenía las llaves tal y como las mujeres saben hacer y muy silenciosamente fuimos abriendo las celdas de los que estaban capturados. Una alcahueta que también estaba con nosotros se coló en la cocina del barco y vertió en la bebida algo que según ella provocaba un sueño muy profundo, cuando toda la tripulación estuvo dormida nos escapamos en los botes y navegamos durante dos días casi sin hablar, muertos de sed. Lo único que me mantenía con vida era Dulcinea. Cuando creíamos que íbamos a morir deshidratados avistamos tierra y remamos con todas las fuerzas que nos quedaban. Para nuestra sorpresa nos encontrábamos en el noroeste de la península. Debían ser piratas ingleses que se dirigían al norte para llegar a Inglaterra. Tan solo quería dar gracias por seguir vivo, por tener a Sancho a mi lado y solo quería volver con Dulcinea. Ya no necesitaba otro final para mi historia porque solo me importaba la opinión de unos pocos. Además, no había roto mi promesa. Deseaba volver a casa pero Rocinante se había quedado en la posada del amigo de Sancho, el cual me dijo que le enviaría una carta para que nos visitara y nos devolviera a mi caballo. Entonces nos despedimos de nuestros amigos y nos subimos en un carro que iba a Castilla. Justo antes de que los caballos comenzaran su camino le dije a mi compañero de celda que me llamaba Alonso Quijano y no sé por qué se quedó blanco como el papel. Él me grito su nombre cuando los caballos ya habían empezado a galopar y no pude escucharlo. Nunca supe cómo se llamaba aquel hombre.

Sara Molina de Lara
Ganadora Categoría E Bachillerato
X Concurso Literario Sagrado Corazón Chamartín

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