Cuando decidimos embarcarnos en este viaje, nunca pensé que iba a convertirse en la mayor experiencia de mi vida. Me llamo Laura, y en mis trece años he viajado más bien poco. Por eso, tenía muchas ganas de que mi amigo Nico terminara por fin su proyecto. Empezaré por el principio.
Nico
es mejor amigo, y es un chico muy alto y desgarbado, con el pelo oscuro y
revuelto y la mirada profunda. Y aunque algo es tímido y reservado, es la
persona más inteligente que conozco. Desde muy pequeño él siempre ha querido
ser un gran inventor, pero su sueño más grande siempre ha sido crear una
máquina del tiempo. Estuvo trabajando en su proyecto durante días, semanas,
meses... Tuvo que trabajar muy duro, pero nunca perdió la esperanza. Siempre
recordaré lo emocionado que estaba cuando, una mañana de Noviembre, me anunció
con ilusión que ya lo había conseguido: ¡había creado una máquina del tiempo!
Fuimos corriendo a su casa, donde vive con su abuelo, y subimos a la
buhardilla. Allí me enseñó muy orgulloso su creación. Era un artefacto muy
curioso, con una pequeña cabina y muchos botones y palancas que se escapaban a
mi comprensión.
La
verdad es que no parecía gran cosa, pero Nico estaba tan orgulloso que me
alegré con él. Aunque la aventura empezó de verdad cuando me dijo: "Laura,
ahora debemos probar si funciona". Me quedé mirándole sin comprender, y
cuando por fin me dí cuenta de lo que quería decir, Nico ya me estaba empujando
dentro de la cabina para comenzar el viaje. Yo no estaba muy segura de que
aquello fuese a funcionar, pero no quería decepcionar a mi amigo, así que cerré
los ojos, me agarré a él y recé para que todo funcionase bien.
No sé cuánto tiempo duró el viaje, pero aterrizamos
muy bruscamente y con el estómago del revés. Tras salir de la cabina y recomponerme, miré a mi
alrededor. Estábamos en una zona desierta y árida, y no se veía el mar que
acostumbraba a observar desde mi casa en Lisboa. No sabíamos dónde estábamos,
así que me fui a investigar mientras que Nico se quedaba vigilando su invento.
Estaba a punto de caer la noche y no fue una buena
idea por mi parte adentrarme sola en el desierto y dejar a mi amigo solo, pero
eso fue lo que hice. Y después de andar y andar sin encontrar nada, decidí
rendirme y volver con Nico. O eso pensaba yo… Cuando llegué al lugar en el que
le había dejado, allí no había nadie, tan solo unas curiosas huellas que se
internaban por el desierto. Preocupada por mi mejor amigo, las seguí, esperando
dar con él. Pero me acompañaba el incómodo presentimiento de que alguien me
observaba desde muy cerca.
Estuve caminando durante mucho tiempo, hasta que el
agotamiento me venció y me quede dormida en un pequeño oasis.
No recuerdo lo que sucedió durante la noche, solo
que, cuando abrí los ojos, estaba en una celda junto a Nico. “¡Por fin te
despiertas!” exclamó. Me contó que unos hombres extraños lo habían secuestrado,
y de camino a la celda había visto unas grandes pirámides en el horizonte.
“Ahora sé dónde estamos: en la época de los faraones, el Antiguo Egipto,” dijo.
“Tenemos que hallar una forma de salir de aquí”-pensé.
Justo en ese momento, escuchamos los ronquidos del
guardia que vigilaba nuestra puerta. Nico y yo nos miramos: después de las
muchas travesuras que habíamos tramado desde pequeños, quitarle las llaves al
guardia fue pan comido. Abrimos la puerta en unos instantes, pero cuando íbamos
a escaparnos, el guardia se despertó muy enfadado. Corrimos por aquellos
túneles hasta dejarle atrás, y salimos por una portezuela al caluroso desierto,
libres al fin. Pero entonces caí en la
cuenta de que o sabíamos dónde estaba la máquina del tiempo. Entonces apareció
una pequeña niña de baja estatura ante nuestros ojos. No entendíamos su idioma,
pero nos hizo señas para que la siguiéramos.
Por sus gestos adiviné que nos había estado
observando y que había ocultado la máquina hasta nuestro regreso. Y después de
una caminata llegamos a unas dunas, en las que estaba el invento de Nico
semienterrado en la arena. Tras despedirnos de nuestra pequeña salvadora y
agradecerle su valiosa ayuda, entramos en la cabina y Nico arrancó la máquina.
Después de un tiempo, aterrizamos en la buhardilla de
Nico con el acostumbrado mareo. Nico tenía los ojos brillantes:
“funciona”-exclamó-“mi invento funciona de verdad”. Verle así me llenaba de
satisfacción, y no podía estar más orgullosa de él. Porque, sí, mi amigo Nico
era el mejor inventor del mundo.
Elena de Pablo Gozalo
2º Premio Categoría C
1º y 2º ESO
X Concurso Literario
Sagrado Corazón Chamartín
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