En un
lugar de América de cuyo nombre no quiero acordarme reapareció el caballero
andante más popular de todos los tiempos, Don Quijote de la Mancha.
-¿Qué?,
¿Dónde estoy?... – se preguntó Don Quijote.
-Señor,
tiene que bajarse del avión, ya hemos llegado al destino- le dijo amablemente
una azafata, sorprendida por la peculiar imagen de nuestro protagonista.
-¿Qué
destino?-replicó Don Quijote.
-Nueva
York- le respondió la azafata.
-¿Cómo
puede ser? Hace un segundo estaba recostado en mi lecho de muerte. ¡Oh Dios
mío! Maldigo mi suerte, he sido víctima del
encantamiento de un mago que me ha traído a esta tierra desconocida.
Don Quijote siguió a la azafata, hasta el
control de seguridad.
-Por
favor, señor, identifíquese.- le pidió un guardia, agarrándole de un brazo. -Don
Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes deshacer
entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la
ambición y de la hipocresía, y busco parra mi propia gloria la senda más
angosta y difícil- respondió arrogante.
Tras
esta respuesta los guardias, tomando a Don Quijote por un loco lo echaron “por
la puerta de atrás”. Allí entre suciedad y desperdicios advirtió la presencia
de un joven que le miraba atónito. Reinaldo era un joven latino que sobrevivía en
las calles de la gran ciudad. Tras un rato de charla con Don Quijote se apiadó
de él y decidió convertirse en su fiel escudero.
Las
aventuras de nuestros protagonistas empezaron en lo que Don Quijote identificó
como una posada. En realidad, era un comedor social al que Reinaldo le llevó a en
busca de comida y en la que el Hidalgo se enamoró locamente de una de las
mujeres que allí trabajaban. Tras verla reconoció en ella a su antigua amada
Dulcinea y salió a la calle en busca de victorias que poder ofrecerle.
Tras
una larga caminata, Don Quijote halló lo que buscaba. En uno de los extremos de
la famosa Times Square se encontraba un puesto de perritos calientes, el
vendedor voceaba en busca de clientela. Don Quijote creyó que aquel “caballero”
montado en su extraño “corcel” pretendía retarle. Reinaldo intento disuadirle,
aclarándole que esa situación no era lo que él pensaba.
Don
Quijote exigió al vendedor llevar a cabo el duelo en el centro de la plaza a la
vista de todo el mundo y éste creyendo que era una broma no le hizo ni caso. Don
Quijote indignado propinó una patada al puesto que rodó calle abajo llevando
consigo a su dueño.
-¡No huyas,
cobarde!- exclamó indignado Don Quijote liándose a mamporros con su adversario.
De esta pelea Don Quijote no salió bien parado, maltrecho y sofocado, fue
recogido del suelo por Reinaldo que le preguntó porque se empeñaba en tan
inútiles lides, que nada bueno le procuraban.
-Todo
caballero está obligado a luchar contra cuerdos y locos en defensa de la honra
de su amada y de la suya propia, por lo que ha de llevar a cabo hazañas con las
que ganar perpetuo nombre y fama en toda tierra, incluso en esta que me resulta
tan desconocida- contestó el Hidalgo.
-Está
bien- suspiró resignado el fiel escudero, mientras ayudaba a levantarse a su
señor, -pero ahora necesita descansar.- dijo – Por hoy ya hemos tenido
suficiente.
Juntos
caminaron hacia el norte de la ciudad y se adentraron en Central Park. Se
acomodaron para pasar la noche debajo de uno de los puentes del parque. A la
mañana siguiente, Don Quijote divisando a lo lejos lo que parecía un inmenso
castillo con grandes columnas se encaminó raudo a combatir nuevas afrentas.
-Pero,
Señor,- le grito Reinaldo, -eso es el Museo de Historia Natural…allí solo hay
animales disecados.
Desoyendo
sus advertencias Don Quijote entró en el vestíbulo y salió corriendo hacia el
interior del museo seguido por su fiel Reinaldo el cual le imploraba que se
detuviese “de esta acabamos en la cárcel o peor” pensó. De repente Don Quijote
se frenó en seco ante un enorme dinosaurio que parecía estar en los huesos. “Esta
es mi gran prueba, mataré al dragón que retiene a mi amada, ¡Dulcinea querida,
allá voy! Arremetió contra él y tras un gran estruendo desapareció sepultado
bajo un montón de escombros.
-¿Dónde
estoy? - suspiró Don Quijote. Abrió los ojos y vio a su lado el rostro de su
fiel Sancho. -Estoy muy cansado, no creo que tenga fuerzas para batallar más-dijo
Don Quijote, a lo que Sancho respondió “No se preocupe señor, estoy seguro de
que sus hazañas serán recordadas durante siglos”
Ignacio Barrasa. 1ºBach
A
2º Premio Categoría E Bachillerato
X Concurso Literario Sagrado Corazón Chamartín
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