martes, 14 de mayo de 2019

DISCURSO DESPEDIDA DE 2º BACHILLERATO

Como cada año, queremos compartir con vosotros el discurso de despedida de 2º de Bachillerato que este curso ha dado la profesora Teresa Alba. Es un momento muy emocionante y cada año el profesor que lo realiza deja lo mejor de sí mismo. ¡Comprobadlo vosotros mismos!

Buenas tardes a todos,


No sé si sabéis que este año la cosa ha estado emocionante. No se ha sabido qué profesor iba a hablar hasta el último momento. ¿Y por qué? Bueno, pues yo creo que porque vivimos en un mundo rápido, con prisas, con muchas cosas que hacer. Y a veces, y esta es una de esas veces, hay que pararse, pensar y poner en palabras lo que uno siente, lo que uno piensa. Y eso no es fácil.
Además, estas palabras, ¿son en nombre de quién? ¿de mí misma? ¿de todos los profesores y el personal del colegio que han pasado por vuestras vidas en estos quince años? O peor aún, ¿en nombre del Sagrado Corazón de Chamartín y sus más de 150 años de Historia? ¿O desde que Magdalena Sofía fundó el primer colegio? Como veis, no es fácil.
Desde entonces, ha habido muchos alumnos que han terminado Bachillerato, muchos padres y profesores orgullosos y, desde luego, muchos discursos. Pero es que vosotros sois distintos, sois únicos.
Yo no sé si conocéis un chiste de Quino en el que aparecían muchas parejas, todas iguales, abrazándose y había una que decía: “¿Cómo hacerle entender al mundo que lo nuestro es distinto?” Pues sí, como todas las historias de amor, lo nuestro es distinto. Vosotros sois distintos, únicos: unos llegáis con cara de dormidos por las mañanas; otros, al contrario, tenéis energía desde el minuto uno. Unos os dais a conocer pronto; otros, no, vais más poco a poco, os vais mostrando de forma más sutil. Unos sois más creativos, otros más analíticos, unos más generosos, otros más simpáticos…
Y todos os vais a ir, vais a salir dentro de poco por esa puerta al mundo, con rumbo desconocido. “Deixo a aldea que conoso por un mundo que non vin.” / “Dejo la aldea que conozco por un mundo que no vi”, que decía Rosalía.
Pero antes de que pasara eso, y para que pudiera pasar eso, han tenido que pasar muchas cosas, mucho tiempo, muchos años, quince, más o menos. Y en esos quince años ha dado tiempo a todo: a momentos de disfrutar mucho, a muchas alegrías y momentos de tristeza a lo mejor. Y también a mucho esfuerzo, a algún agobio de vez en cuando, a momentos maravillosos con los amigos, a alguna contrariedad también, quizá también hemos creado nuevos amigos, que en Bachillerato siempre tenemos unos nuevos fichajes estupendos.
Y sí, porque en este mundo que decía antes que es tan rápido, tan inmediato, en el que queremos ver los resultados pronto, la educación sigue otros ritmos, como bien saben vuestros padres. La educación sigue los tiempos de la agricultura. Tiempos lentos, en los que hay que ser paciente, en los que hay que sembrar. Y hay que esperar a que la semilla germine y va germinando, pero nosotros no lo vemos y quizá a veces dudamos, pero tenemos fe. Y seguimos regando. Todos, la tribu entera: vuestros padres, claro, vuestras familias, y también nosotros, vuestros profesores y todo el personal del cole. Poco a poco. Y ahora vemos que empezáis a brotar, algo. Y os vais de aquí, y seguiréis siendo regados por otras manos, y seguiréis brotando y os saldrán ramas y cada vez serán más grandes y más sólidas.
Cuando os veo en las fotos de cuando eráis pequeños, en el montaje que nos regala cada año Ana -que algunos ya hemos visto en primicia-, me gusta mucho pensar, no sé por qué, que en esos momentos estábamos en el mismo lugar, en el mismo colegio y que aún no nos conocíamos.
Quiero decir, que me gusta saber que estábamos cerca pero que aún faltaba tiempo para que nos cruzáramos. Que ese momento llegó, que al final nos encontramos y… que ahora, nos volvemos a alejar, a separar. Y no pasa nada, también tendréis ahora otros profesores, otras personas, que no tienen que ser profesores, con las que os cruzaréis ahora y que también os ayudarán a fortalecer vuestras ramas, que también os regarán.
En un programa de radio mañanero, preguntaban a los oyentes algo así como que qué ilusiones tenían cuando eran jóvenes y si las habían cumplido. Hubo una chica que contestó: “Cuando tenía 18 años yo tenía muchos sueños y ahora que tengo cuarenta y tantos, lo que tengo es mucho sueño.”
Y me hizo gracia, porque a veces nos podemos sentir así. Y entonces me acuerdo de vosotros, que tenéis esos 18. Y me parece un verdadero privilegio poder acompañaros, poder vivir, durante un tiempo, al lado de personas que van a salir del cascarón, de personas que tienen la cabeza llena de sueños, llena de ilusión, de pasión, de ganas de cambiar el mundo, de grandes proyectos y también de incertidumbre y un poquito de miedo, de todo lo que se siente cuando uno tiene el mundo delante para comérselo.
Eso se llama juventud y no se tiene por qué perder cuando uno va cumpliendo años.

Os voy a leer un pequeño cuento de Eduardo Galeano, un escritor uruguayo que, en un momento de su vida, se vio obligado a dejar su país y dice esto:


El río del Olvido

La primera vez que fui a Galicia, mis amigos me llevaron al río del Olvido. Mis amigos me dijeron que los legionarios romanos, en los antiguos tiempos imperiales, habían querido invadir estas tierras, pero de aquí no habían pasado: paralizados por el pánico. Se habían detenido a la orilla de este río. Y no lo habían atravesado nunca, porque quien cruza el río del Olvido llega a la otra orilla sin saber quién es ni de dónde viene.
Yo estaba empezando mi exilio en España, y pensé: si bastan las aguas de un río para borrar la memoria, ¿qué pasará conmigo, resto de naufragio, que atravesé toda una mar?
Pero yo había estado recorriendo los pueblecitos de Pontevedra y Orense, y había descubierto tabernas y cafés que se llamaban Uruguay, Venezuela o Mi Buenos Aires Querido y cantinas que ofrecían parrilladas o arepas, y por todas partes había banderines de Peñarol y Nacional y Boca Juniors, y todo eso era de los gallegos que habían regresado de América y sentían, ahora, la nostalgia al revés. Ellos se habían marchado de sus aldeas, exiliados como yo, aunque los hubiera corrido la economía y no la policía, y al cabo de muchos años estaban de vuelta en su tierra de origen, y nunca habían olvidado nada. Ni al irse, ni al estar, ni al volver: nunca habían olvidado nada.

Y ahora tenían dos memorias y tenían dos patrias.

Pues eso, que a vosotros os faltan por cruzar muchos ríos o muchos mares y a descubrir nuevas patrias. Pero siempre, repito, siempre, tendréis en el colegio una de ellas.


Muchas gracias.

Teresa Alba

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