Un chirrido me despierta. Abro los ojos. La lámpara se tambalea adelante y atrás, y el agua del vaso que hay en mi mesilla amenaza con salirse. Me incorporo rápido, alarmado, me acerco a la ventana y corro las cortinas. El mar está picado y el cielo cubierto, y al abrir la ventana me recibe un intenso olor a humedad. Ayer hacía muy buen tiempo, por lo que se me hace raro este cambio tan brusco. Oigo la voz del capitán a lo lejos. Salgo de mi camarote y golpeo la puerta de al lado: - ¡Sancho! ¡Despierta! -. Me abre la puerta mientras se frota las legañas: - ¿Qué pasa, Alonso? -. -El capitán nos llama a cubierta. Vístete rápido y sube, te veo allí-. Camino por los pasillos sin soltar la cuerda que hace de pasamanos, pues el barco cada vez se agita más. Las vigas de madera crujen y algunos de los barriles de vino que llevamos en la bodega ruedan descontrolados. Subo la escalinata y llego a la cubierta. El capitán se encuentra subido en el castillo mientras reclama la atención de su tripulación. Veo aparecer a Sancho por el hueco de la escalinata, y se dirige corriendo a mi lado. Cuando por fin se hace silencio el capitán empieza a hablar con una voz serena, aunque se nota cierto temor en sus palabras: -Marineros, se avecina una gran tormenta. Va a ser la más grande que nos hemos encontrado hasta ahora. Cuando empiece a arreciar el viento cada uno se dirigirá a su puesto, y asegurará todo lo que haya a su alrededor frente al oleaje-. El capitán empieza entonces a nombrar uno por uno a los tripulantes del barco y a encomendarles su respectiva tarea.
A Sancho le
corresponde vigilar las cocinas y que no se rompa nada. Finalmente menciona mi
nombre: -Alonso, tu estarás en el puesto de vigía, en lo alto del mástil mayor.
Tu labor será asegurarte que ningún cabo se suelte y la de avisar en caso de
que avistes alguna roca que ponga en peligro la integridad de nuestro barco-.
Acababa de pronunciar el capitán estas últimas palabras cuando una enorme ola
sacudió el barco, provocando que todos cayéramos al suelo. - ¡¡A sus puestos!!
-. Me levanto confuso, y me dirijo lo más rápido que mis piernas me permiten hacia
el mástil mayor. Antes de empezar a escalar me doy la vuelta para cerciorarme
de que mi amigo Sancho está bien. Teniendo en cuenta por todo por lo que hemos
pasado juntos los últimos años no querría perderle ahora. Le veo doblar la
esquina a toda velocidad en dirección a las cocinas. Comienzo a escalar. Cuando
ya estoy cerca de mi puesto y a unos cuantos metros del suelo, una gran ola
sacude el barco. El mástil al que me aferro se sacude violentamente y cruje, y
por culpa de la lluvia se torna muy resbaladizo. A punto estoy de caerme, y
cuando consigo estabilizarme prosigo mi camino hacia arriba. Cuanto por fin
llego arriba me siento en el pequeño puesto de vigía, y me agarro con unos
cabos al mástil para no caerme en caso de una nueva sacudida. Una ola de pánico
invade mi cuerpo, y noto como mi corazón se acelera. La densa cortina de lluvia
golpea mi cara, impidiéndome ver más allá de tres palmos. Sancho vuelve a mi
cabeza. Quizá no debía haberle acompañado en esta expedición. Llevamos más de
un mes en alta mar y todavía no nos hemos topado con tierra firme. Pero debo
ser fiel a mi palabra. Esta escrito en el código de honor de los caballeros
andantes. Aunque ya no soy uno de ellos de estos he aprendido mucho. Le prometí
que le acompañaría en la búsqueda de una ínsula para que pueda gobernar de
manera justa con su familia. El cumplió su parte del trato acompañándome en mis
aventuras y ahora debo yo compensarle. El viento es cada vez más intenso. Oigo
un grito distante, que me saca al instante de mis reflexiones: -¡¡¡Alonso,
agárrate!!!-. Es demasiado tarde. La
nave ha impactado contra una enorme roca. El golpe es tan fuerte que el mástil
donde me encuentro se rompe por la mitad como si fuera una rama seca. Me
precipito al agua. Me agarro a una tabla de madera que surge de la nada entre
el enorme oleaje. El barco se hunde, y los marineros saltan al agua como última
esperanza. Sancho no está por ninguna parte. De repente, una ola me arrebata la
tabla y, como no se nadar, me hundo. Todo se vuelve oscuro…
Abro los ojos. Me
encuentro en mi cama, y a mi alrededor están el bachiller Carrasco, el cura, el
barbero y mi médico. Siento gran felicidad al verlos. Este último me informa:
-Ha estado casi dos días dormido, y ha tenido algunas pesadillas. Pero tengo
buenas noticias: se está recuperando. Ya no tiene fiebre, y en pocos días
recobrará las fuerzas para salir de la cama-. En ese momento la puerta de mi
habitación se abre de un portazo, y Sancho entra visiblemente contento. Me
dice: - Señor don Alonso, ¿se acuerda de la ínsula que prometió que me daría? Me
acaba de informar un amigo mío que tiene organizada para este verano una
expedición hacia un nuevo continente poco explorado todavía, y le he rogado que
nos invite como tripulantes. Allí seguro que encontramos una isla que se adapte
a mis gustos. ¿Tendré el honor de contar con su compañía?
Javier Gorospe Hernández
Tercer seleccionado Categoría E Bachillerato
X Concurso Literario Sagrado Corazón Chamartín
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